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(foto: Tim de Waele//Getty Images) |
Domingo de Pascua, domingo de París-Roubaix. El broche perfecto a la primavera de las grandes clásicas. La carrera que nunca decepciona, porque no fue concebida para ello. La carrera que convierte a unas piedras de un camino en las totales protagonistas. La carrera que cambia carreras -vivan las redundancias- aunque tu palmarés sea el propio de varios ciclistas distintos juntos. La carrera por la que sentarte al sofá y disfrutar del sufrimiento del que los propios que padecen están disfrutando. En definitiva, la carrera que crea, aumenta y, este año, moldea leyendas.
Para empezar a crear su leyenda deberá esperar Fernando Gaviria. La primera baja de la París-Roubaix 2019 se produjo incluso antes de que se diera el pistoletazo de salida a la acción en Compiègne, en torno a las once de la mañana, con el colombiano del UAE Team Emirates tomando la decisión de no subirse a la bici debido a una enfermedad.
Un tuerto, un gato negro o algo por el estilo debió pasearse la noche del sábado al domingo por el autobús del equipo de los Emiratos. De mística hay que tirar para intentar explicar que su otro líder y uno de los favoritos para llevarse el triunfo, el noruego Alexander Kristoff, estuviera eliminado de cualquier opción a poco menos de 100 km a meta debido a dos pinchazos casi consecutivos.
Para ese momento la Roubaix ya nos había dejado claro que, al contrario de lo que algunos aficionados se temían, esto no sería una segunda edición de lo visto la semana anterior en la sorprendente y durante mucho rato anodina De Ronde. Desde el km 1 hubo lucha e intereses por parte de muchos e importantes equipos en buscar movimientos interesantes desde una fuga tempranera. Tal era la relevancia de
los integrantes de esa escapada de más de veinte que dos de esos hombres que intentaron probar esa suerte subieron unas horas más tarde al podio en el velódromo.
En ella vimos el estreno de los nuevos colores de la estructura de Bernardeau, representados en dos buenos ciclistas como Adrien Petit y Damien Gaudin. Del icónico verde del Europcar pasaron al amarillo del Direct Energie para ahora, en la temporada primavera-verano, irse a una combinación azul-blanca-roja con Total Direct Energie como nuevo nombre.
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En la hierba de Arenberg empezó a darle esquinazo la carrera a Van Aert. (foto: belga) |
No prosperó demasiado ese intento de fuga, que nunca llegó a coger una ventaja realmente preocupante para el grupo principal, donde los favoritos afilaban sus cuchillos en vistas a la primera gran estación de la tarde, ese tramo que
en 1968 cambió el rumbo de la carrera y que a poco menos de 100 km de meta sigue siendo decisivo. Y si no que se lo digan a Wout Van Aert. El gofre, en su segunda participación, conoció la furia del inmenso y vil Arenberg, en el que comenzó su particular vía crucis: primero el pinchazo en la eterna recta; segundo, cambio de bici cuando ya había entrado de vuelta en el pelotón; inmediatamente después, durísima caída; se levanta y en plena persecución lo bloquean varios coches; y, finalmente, regresa a base de coraje y encabezonamiento al pelotón, un espectáculo
digno del ausente Van der Poel -la organización no invitó a su equipo- en Flandes. Todo ello con Heinrich Haussler como espectador de lujo, siempre a su rueda. Un fiel compañero de travesía.
Por delante varios ciclistas buscaban moverse, pero ninguno de los ataques consiguió generar mayor preocupación a un pelotón pendiente de ese segundo gran intento -después de la numerosa fuga tempranera-, que llegaría a 67 km de meta, llevado a cabo por el, obviando al ganador, gran protagonista de la tarde. Si alguna buena noticia está teniendo este curso el Katusha Alpecin esa se llama Nils Politt. El fornido alemán de 25 años llegó a la altura de Kreder, que se había quedado en cabeza como único superviviente de un ataque anterior, y obtuvo la respuesta de otros dos ciclistas, Selig en representación del BORA - hansgrohe y Philippe Gilbert por
uno de los dos equipos tiranos del año, el Deceuninck - Quick-Step.
Mientras Taylor Phinney abandonaba por un descuido del coche de su equipo, que no logró ver al ciclista en la cuneta esperando por un cambio de bici, y Tiesj Benoot se iba directo al hospital después de
comerse la luna trasera del coche del Jumbo-Visma, este grupo ya sin Kreder aumentaba su ventaja hasta los 20'', con Vandenbergh y el AG2R intentando poner el ritmo en cabeza de un ya reducido pelotón. Un momento de calma tensa, la que precede a la tormenta.
Luke Rowe, a 57 km de meta, fue el iniciador del gran movimiento perseguidor y el defensor del título fue el que lo asentó. Peter Sagan demostró sí estar para trotes importantes, a diferencia de la versión que se le vio en las semanas anteriores, y supo leer de manera precisa el momento. Con el eslovaco se movieron un Wout Van Aert que parecía tener las siete vidas de un gato, [inserte ciclista del Deceuninck] --> Yves Lampaert, Sep Vanmarcke y tres invitados de lujo: los nacionales Marc Sarreau y Christophe Laporte y la esperanza española para el presente-futuro, Iván García Cortina. De alguna forma Van Aert debió pasarle el mal fario, y el asturiano acabó cortado por un inoportuno pinchazo. Tampoco aguantarían mucho más los franceses, mientras por delante Gilbert se distanciaba de Politt, en lo que sería un spoiler como los de Juego de Tronos.
Ni rastro de Greg Van Avermaet, desaparecido desde que entrara en cabeza en Arenberg, y en toda la primavera -a cero por segundo año seguido-, al igual que tampoco de Oliver Naesen o John Degenkolb.
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Los seis que más cerca tuvieron el triunfo. (foto: París-Roubaix) |
A la salida de otro tramo legendario y de cinco estrellas como Mons-en-Pévèle -lo escribí sin acentos en Twitter y me sigo fustigando por ello- se formó la que sería la criba definitiva por la victoria. Con 45'' de ventaja y a 45 km de meta, Gilbert, Lampaert, Vanmarcke, Sagan, Van Aert y Politt se jugarían la 117ª edición de la París-Roubaix.
Con todos más o menos ejecutando sus relevos religiosamente -a excepción de Vanmarcke, bastante había hecho con estar ahí, que debían pensar sus rivales-, se desenvolvieron los siguientes kilómetros con cierta tranquilidad, la misma que de la que hablábamos antes, la anterior a la tempestad. Tenía que moverse Deceuninck, tenía que hacerlo Gilbert y así lo hizo el belga a 23 km de meta. Sagan y Politt se amarraron a su rueda, mientras Lampaert dejaba hacer, Vanmarcke esperaba que lo llevaran y Van Aert decía basta.
Se lo dejó todo. Qué hubiera sido de sus aspiraciones si en Arenberg... Su leyenda en la carretera deberá esperar, al menos un año más.
Tan sobrados iban en Deceuninck que Lampaert, a pesar del trabajo ejecutado para prepararle el ataque a Gilbert, hizo lo que debía demarrando para regresar a cabeza de carrera, aunque se llevara con él a Vanmarcke, y ser de nuevo ayuda para el campeón del mundo en 2012 ante el último tramo de cinco estrellas de la carrera, el Carrefour de l'Arbre. Un nuevo ataque de Gilbert a 16 km puso en aprietos a Sagan, que apretando los dientes logró cerrar el hueco y reunirlos a todos de nuevo. Un esfuerzo que acabaría pagando.
No está siendo el año para que Peter Sagan aumente su leyenda, y Roubaix no iba a ser el lugar donde darle el giro. En un tramo empedrado mucho más modesto, el Gruson, de apenas dos estrellas, el eslovaco conoció al "tío del mazo" y se mostró
totalmente incapaz de responder al ritmo de Nils Politt, que se había guardado un poquito más de energías en los últimos kilómetros en vistas a un ataque como este. Tampoco Vanmarcke, acusado por
su enésimo ejemplo de maldición -esta vez le falló el cambio-, fue quién de aproximarse a su posición. Al alemán solo pudo seguirle Philippe Gilbert, y allá se fueron ambos, cogiendo rápidamente una ventaja letal de 20''.
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Tan distintos y ayer tan iguales. (foto: Photo News) |
Qué curioso es el destino, dos de los hombres que en 2018 intentaron un ataque lejano en el Arenberg jugándose el triunfo un año después. Uno de 25 años, sospechoso habitual en estas carreras, pero todavía imberbe en algo como luchar hasta el final por un monumento, ante su primera gran oportunidad; el otro de 36 años, con el respeto ganado por todo el pelotón mundial a golpe de victorias y logros de enjundia, pero aún con la ambición suficiente para añadir una nueva pieza, aunque no una más.
Politt se mostró muy concentrado en el velódromo y en los kilómetros previos, intentando evitar cualquier despiste tonto del que después se pudiera acordar toda la vida. Pero, como suele suceder, y más cuando uno de los implicados en el final ha tenido que poner más de su parte en la carrera que el otro, no hubo historia en el sprint. Philippe Gilbert se levantó del sillín y en un abrir y cerrar de ojos arrancó las pegatinas al de Katusha Alpecin para cruzar primero el segundo paso por línea de meta en el velódromo y colocar la piedra de Roubaix junto a las dos Lombardía, las cuatro Amstel, la Flecha Valona, la Lieja o el arcobaleno, entre
otros muchos logros.
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Los hay más listos. (foto: Anne-Christine Poujoulat//AFP) |
Tercero llegó Lampaert -que como Politt lo probó en la escapada madrugadora- para completar el cada vez más habitual doblete de Deceuninck. No fueron ni dos, ni tres de la Wolfpack en el Top 10, sino que cuatro hombres al cargo de Lefevere se colaron entre los puestos de honor. Casi no le dejan espacio a una de las historias de superación de esta edición, la de un Evaldas Siskevicius que
tras llegar fuera de tiempo, al lado del coche escoba y pidiendo que le volvieran a abrir las puertas del velódromo en 2018 para acabar el recorrido, finalizó este año en novena plaza. También a destacar la llegada del primer corredor negro de origen africano en acabar la París-Roubaix. Aunque fuera de tiempo,
el ruandés Joseph Areruya pasará a la historia.
Pero por encima de todos ellos, un hombre que sí ha tenido el hambre suficiente para abrirse horizontes en su carrera y ganar más y en más lugares. Además, no cabe duda de que no pudo haber elegido mejor equipo para vivir una segunda y hasta una tercera juventud. Antes de esta carrera ya tenía un sitio asegurado entre los más grandes por lo menos del siglo XXI. Ahora, para ponerse a la altura de figuras como Eddy Merckx, Rick Van Looy y Roger De Vlaeminck -por lo menos en cuanto a monumentos ganados-, a Philippe Gilbert solo le falta alzar los brazos en Sanremo. Para ello en 2020 llegará con 37 años, y si de verdad quiere conseguir moldear del todo su leyenda, lo hará con el maillot del Deceuninck, los dominadores, un año más, de estas carreras y equipo con el que acaba contrato a finales de temporada. Aunque eso es ya otra historia.
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