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(foto: Marta Grande) |
En mis últimas publicaciones -dejando mi fanatismo por Chipre de lado- me he dejado reencontrar con mis sentimientos futbolísticos y he dado cabida a ese mundo sentimental que me acompaña en este deporte. Tal vez dejando los códigos del periodismo un poco de lado y acercando mi faceta como espectador e hincha.
Si en el post del Celta-Villarreal os mostré parte del por qué de mis colores, a continuación tal vez os muestre otra de las grandes razones por las que el conjunto celtiña se ganó mi corazón semana tras semana. Pues mientras Iago Aspas vivía su experiencia inglesa en Merseyside, en Vigo había otro ídolo, otra estatua de cera que enamoraba al gentío. Para muchos este era Nolito -y no les falta razón-, pero para un servidor el que llevaba ese título era un jugador del norte.
Mi primer recuerdo de él fue de ver en Internet uno de sus goles de falta con el Brondby. Sólo esa simple acción en mi mente de chaval de 12 años me despertó muchísimo interés en él. Además, el hecho de que fuese internacional con su selección también me maravillaba. Era la temporada siguiente al ascenso, la primera que recuerdo con detalles del Celta en la máxima categoría. Todo ello convergía de este modo en el personaje de Michael Krohn-Dehli.
De carácter tranquilo dentro y fuera de la cancha, el danés siempre parecía que iba una jugada por delante. En su mente diseccionaba el juego como si un insecto y metía pases al hueco dignos del mejor ilusionista. Cuando llegaba un balón a los pies de ese pálido y desgarbado mediocampista, el destino de éste parecía ser más próspero todavía que el anterior. Mas si lo reflexionas en frío la realidad es que no había mejor plan que dársela a él. Bastaba su presencia en juego para darle coherencia a las posesiones. Incluso en ocasiones escapaba de ese estereotipo de jugador frío y calculador para arrancar en conducción y desbordar a un rival. Si una palabra lo definía, sin duda era criterio.
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(foto: Xoan Carlos Gil//La Voz de Galicia) |
Desde entonces -y seguramente para siempre- se convirtió en quien considero como mi ídolo de la juventud en los terrenos de juego. Allí donde lucían Aspas y Nolito recuerdo que pasaba a un segundo plano en las conversaciones con otros hinchas, pero si Michael era el centro del tema de conversación las críticas llegaban a cuentagotas. Como ya dije, él era el dueño del juego, y a quien pertenece el juego nunca se le ha negado el respeto.
Su paso fantasioso por Balaídos llegó a su fin una vez finalizó su contrato. Michael vino como se fue: sin generar problemas ni polémicas, sin darle créditos a su personalidad. Sus citas memorables fueron en forma de fútbol y en esos años las escribió con la mejor letra de toda su carrera. Fue desoladora para mí su marcha, aunque con el tiempo supe valorarlo. He de decir que me alegró ver que fuese el Sevilla -y más concretamente alguien como Monchi- quien apreciase esa caligrafía cuando se quedó en libertad.
Por el camino, sin embargo, se fue diluyendo ese mito que tenía, aunque esto también ayudó a que en mi memoria se engrandeciese. Allá en Sevilla, pese al nivel que poseía en esos instantes, se le tendrá ligado al momento en que protagonizó una de las lesiones más escalofriantes de la última década. Un quiebre que frenó en seco su ascenso y que después de mucho tiempo lo devolvió a Galicia, pero esta vez con la camiseta del Deportivo. Un acto que en lo personal no supo mal, sino todo lo contrario, por el concepto de fraternidad que tengo hacia los coruñeses.
Este inusitado 'regreso' me llevó a interesarme por él e incluso a ver al nefasto Deportivo de Seedorf y al que ahora mora por segunda. Un reencuentro que me devuelve los pies al suelo cuando me doy cuenta de que su motor ya no ruge con la misma fuerza, pero que vuelve a darme la razón tras cada uno de sus pases. En partidos como el que protagonizó ante el Lugo en Riazor los que somos conocedores del danés vemos los resquicios de ese talento, intactos frente a las heridas de la edad. En los dieciséis partidos que precedieron a una terrible enteseopatía en el talón de Aquiles logró ser el jugador con mejor porcentaje de pase de todo el equipo -89% de acierto- y hacerse dueño entonces de la batuta del equipo.
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(foto: Fernando Fernández) |
Desde entonces el equipo cayó en picado de la zona de ascenso directo a la lucha por entrar en los PlayOffs. En su ausencia los resultados buenos no han sido hábito, mas no con ello quiero señalar la baja de Krohn-Dehli como el principal lastre del Dépor. En mi humilde opinión, el factor moral y la inexperiencia de muchos de los nuevos integrantes de este club no ayudaron a frenar la mala racha de resultados. Pero por debajo de todo ello la realidad es que a sus 35 años el danés seguía siendo cuando jugaba el mariscal del juego.
Ahora, tras más de media temporada parado, se le espera en próximas semanas para que vuelva a aportar su clarividencia al equipo. El parte médico parece ir volviéndose más positivo semana tras semana para el curtido arquitecto, y ahora que el club coruñés se reencontró con la victoria en Soria tal vez sea el momento clave para conseguir una racha positiva de cara al PlayOff. Pues quien lo ha visto sabe de su magia y del liderazgo que exhibe a la hora de ver un desmarque o de entender un espacio sobre el campo.
Quien lo ha visto sabe que este canterano del Ajax ha sido durante su carrera un estandarte de maravillas. Ya sea en Dinamarca, en Vigo o en Coruña, Krohn-Dehli ganó su respeto desde el trabajo y la humildad. Por ello mi admiración hacia la lucidez de su mente y la obediencia de sus pies. Porque tanto joven como anciano ha sido fiel a sí mismo en las canchas. Con más acciones buenas que palabras, con más maña que fuerza, con más liderazgo que tiranía...
Por eso y mucho más merece estas líneas, y por todo lo que pueda hacer en futuras fechas merece nuestras miradas. Porque sus botas algún día colgarán llenas de polvo y todo lo que aún brilla, algún día, será supernova.
Por ello, más que nunca, gracias Krohn-Dehli. Gracias por ser el hombre al que un balón hizo líder.
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