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El momento que define el Torneo de Navidad. (foto: Fernando Laura) |
Hoy en día en la época navideña los aficionados al fútbol se frotan -y nos frotamos- las manos con el Boxing Day de la Premier League o con el NBA Christmas Day, en el que siempre vemos chocar a los mejores equipos. Pero no hace mucho no había que desviar tanto la mirada para encontrar deporte de enorme calibre.
Entre 1966 y 2004, Madrid se llenaba de grandes nombres y equipos del baloncesto entre el 23 y el 26 de diciembre. No se trataba de un torneo oficial, pero solo basta ver la cantidad de pasiones que movió en su momento para darse cuenta que su prestigio no se debía a su condición, a su continente, sino a su contenido.
A mediados de los sesenta el Real Madrid atravesaba dificultades económicas. Raimundo Saporta, vicepresidente blanco, encargado de la parcela del basket y presidente de la Comisión Internacional de la FIBA, era consciente de ello. Por eso, y con el fantasma de la desaparición de la sección de baloncesto -las secciones, siempre ante el peligro- del club merengue sobrevolando, Saporta se sacó un experimento de la manga.
Ese experimento se llamó Torneo de Navidad. Lo que hoy suena a la típica competición que juega tu hijo, hermano, primo, sobrino con el equipo de su pueblo fue lo que hizo el Real Madrid en ese momento para salir de los apuros que pasaba. Una competición que no era oficial, pero que contaba con el amparo y permiso de la FIBA -ahí Saporta tenía ventaja-, daba la oportunidad de ver de cerca a grandes jugadores del basket continental e incluso norteamericano en una época sin móviles ni internet, y que, sobre todo, supuso gracias al contrato televisivo un empujón para el Real Madrid.
Sin embargo, esta competición no tomaría el nombre de Torneo de Navidad hasta su tercera edición, en 1967, curiosamente la primera que venció el Real Madrid, derrotando a la Penya -denominado en aquel conflicto entonces Juventud Nerva-. En apenas unos años el Pabellón de la vieja Ciudad Deportiva blanca vio pasar a equipos, selecciones y campeones de todos los continentes posibles, incluidos conjuntos de la extinta liga comercial de Estados Unidos. Todos y cada uno de ellos recibían como regalo por parte del Real Madrid una medalla de plata y un telegrama en blanco, para que escribieran en él lo que consideraran oportuno y para quien quisieran.
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Petrovic, con la camiseta del Real Madrid, en la edición de 1988, ante la mirada de Fernando Martín. (foto: ABC) |
En los 70 y 80 -año en el que deja de estar organizado por FIBA- el Torneo siguió siendo todo un éxito, congregando a jugadorazos y a equipazos. Los que han tenido el privilegio de verlo en directo hablaban y hablan de los estadounidenses George Karl -entrenador de la Universidad de North Carolina-, Bob McAdoo -tiene el récord de más puntos en un partido del torneo, 55- o Bernard King, que luego darían sus pasos en la NBA, de las leyendas europeas Sabonis -su
rotura de tablero aún es recordada como el momento más mítico del torneo-, el mejor europeo de siempre Drazen Petrovic, Divac, Kukoc, Fernando Martín, Corbalán u Oscar Schmidt, antes de que se instalaran en el olimpo del deporte, y de la dominadora selección yugoslava y el Jugoplastika.
Pero los tiempos cambiaron. Santiago Bernabéu falleció, Saporta dejó el club, el contrato televisivo se cayó junto a los patrocinadores, que iban desapareciendo uno tras otro, y el torneo pasó a mantenerse más por respeto que por relevancia y aporte de ingresos. Con la entrada en el nuevo siglo, la caída de este torneo histórico parecía más cerca.
En 2006, arrancado se su espíritu, ya relegado a ser una competición veraniega debido a los aprietos del calendario, reducida de cuatro a un partido y lejos del derruido Pabellón de la vieja Ciudad Deportiva desde 2003, se disputó la última edición, ya en verano, y en 2008 el Torneo de Navidad se canceló definitivamente, y pasó a ser un recuerdo de oro en la historia del Real Madrid y del baloncesto.
Impresionante
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