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(foto: cambio16.com) |
En innumerables
ocasiones he hecho mención al valor literario que existe en el mundo del
deporte. Multitud de triunfos, jugadores, récords y escenarios son dotados por
quien más y quien menos con un tono de épica medieval, haciendo si cabe más
fantástico -en el sentido estricto de la palabra- este mundillo. Es más, yo
mismo me considero un incentivador de este tipo de manifestaciones y escritos
que tanto enriquecen emocionalmente al mundo, más allá de lo entretenido que
pueda ser un encuentro de liga. Y si hablo de épica en este deporte, es muy
probable que os acabe hablando del Mundial.
64 partidos después,
tras 4 años de espera, se va por donde vino la mayor de las competiciones
futbolísticas. 64 partidos que constituyen otro capítulo dorado en la historia
del balompié, plagado de héroes y antihéroes, de goles y errores, y por encima
de todos ellos, de la emoción de todo el mundo por ver triunfar a los suyos.
Para sorpresa de algunos y expectativa de otros, una formidable Francia acabó
elevándose ante el resto de selecciones para atrapar su segunda estrella.
Jugadores como Mbappé, Griezmann, Kanté o Pogba serán recordados por su gran
papel a nivel colectivo. No obstante, si hay otra selección que se nos ha
quedado grabada en la retina a todos, esa es la Croacia subcampeona de Zlatko
Dalic. Rusia fue escenario de toda una fábula de fútbol.
Desconozco cuantos
reportajes y artículos habrán salido del pasado de aquellos niños de la Guerra
de los Balcanes durante estas fechas, pero lo cierto es que su gesta habla por
si sola. El recorrido croata fue brillante desde sus inicios, y para darnos cuenta
de ello cabe hacer memoria de su 2-0 ante una sólida selección nigeriana, que
dejaba como líder de su grupo a la selección balcánica ya en la primera
jornada. En la segunda jornada, los croatas seguramente exhibieron su mejor
versión ante una nefasta selección argentina, y el 3-0 final fue todo un baño
de realidad para los de Sampaoli, y una danza sublime por parte de los de
Dalic. Finalmente, y redondeando una excelente fase de grupos, harían los
deberes también contra los vikingos islandeses, venciéndoles por 1-2. Paso
impecable e imperante por el grupo, que ya daba muestras de ser algo digno de
contemplar.
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La exhibición croata ante Argentina, uno de los partidos del Mundial. (foto: AFP) |
Sin embargo, la fase
eliminatoria nos depararía un recorrido bastante distinto a lo visto en la fase
de grupos. En octavos, su rival fue una sólida Dinamarca, que compartiría con
ellos uno de los partidos más emocionantes de este Mundial. Llegaron hasta la
prórroga, y allí llegaron a gozar de un penalti a su favor con el que decantar
la balanza, pero Kasper Schmeichel, engrandecido por el apellido, consiguió
detenerlo y llevar ese partido hasta la tanda. Desafortunadamente para él, la
figura del meta croata Danijel Subasic se engrandeció en el momento clave, y
gracias al acierto de sus lanzadores Croacia se hizo con el pase a cuartos. La
sangre fría de uno de sus líderes, Ivan Rakitic, valió su peso en oro en esos
instantes.
El encuentro de
cuartos seguiría la misma tónica que el anterior. Ante la anfitriona mostraron
un buen juego, pero se atascaron sobremanera ante su buen hacer defensivo.
Nuevamente, una prórroga sería necesaria para decretar a un ganador, y en esa
media hora sucedió de todo. Se adelantaría primero Domagoj Vida en el minuto
101, pero cuando los croatas ya se veían semifinalistas, un testarazo del
robusto Mario Fernandes -del que ya hablé con anterioridad en algún post- los
mandó a otra tanda de penaltis. Rusia, con el público a su favor, y con la
moral por los aires tras haber dejado fuera del Mundial a España, estaba en la
instancia que quería. Muchos confiaban en que Akinfeev fuese aquel que
decantase nuevamente la balanza, pero finalmente fue el propio Mario Fernandes,
que pasaría de héroe a antihéroe en apenas 10 minutos, quien lo haría al fallar
su lanzamiento. Los balcánicos se sobrepusieron nuevamente a la presión, y se
hicieron con un hueco entre las cuatro últimas selecciones.
20 años después de
su última y única semifinal, se vieron las caras ante una Inglaterra crecida
por la fe de su gente en sus posibilidades. Ante ellos supieron también llevar
los ritmos del encuentro. Ya acostumbrados a comenzar perdiendo los partidos, Croacia
supo rehacerse y llevar por tercera vez consecutiva el partido a la prórroga.
Allí, Mario Madzukic evitaría al fin la tanda de penaltis de un mordisco, y
llevaría a los balcánicos a su primera final en toda la historia. De seguro
serán recordadas las estampas recogidas por aquel fotógrafo mexicano que tuvo
ante su objetivo el éxtasis más puro. La felicidad más sincera de un equipo de
épica que se situaba a un peldaño de la gloria.
En la final, sin
embargo, la suerte no estaría de su parte. Una Francia con mucha entereza, a la
cual nunca habían derrotado en competición oficial, era el último bastión a
superar, pero la historia se volvía a repetir. Dos errores en la primera parte
pondrían a Francia por delante, pese a que su juego rozó la excelencia, y en la
segunda parte, ya descompuestos, Francia supo llevar a cabo dos estocadas
limpias de florete a la contra para dejar sin gloria a los de Dalic. Un 4-2 que
supo a poco a los jugadores, pero que será más dulce con el paso del tiempo. La
plata del denominado "Mundial de las sopresas", premio al alcance de
muy pocos.
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El once de la primera final de la historia croata. (foto: Marca) |
Fábula de Mundial,
sin lugar a dudas, que fue protagonizada por jugadores como Ivan Rakitic, que
demostró todo su nivel en varios de los encuentros, pero sobre todo de Luka
Modric, que para consuelo de los croatas, fue galardonado con el Balón de Oro
del Mundial. Junto a ellos dos, Marcelo Brozovic en el centro del campo acabó
imponiéndose a Badelj, y desempeñó el rol de escudero y
pivote, dotándolos de libertad de crear a ambos en sus mejores actuaciones.
Ante Rebic, quien fue de más a menos, brilló por un costado, e Ivan Perisic,
quien indudablemente fue de menos más, por el otro. A ellos se les sumaron en
la ofensiva los Mandzukic y Kramaric, con papeles respetables frente a la
anecdótica exclusión de un punta como Kalinic en las primeras jornadas. Nombres
propios que ya equiparan a aquellos Prosinecki, Suker y Boban del 98 que
cedieron ante los dos tantos de Lilian Thuram.
Por todo ello quizá
esta Croacia sea una de esas selecciones sin corona que se recuerden con el
tiempo. Un equipo de fábula que hizo maravillas en el mayor escenario posible,
y que a pesar de la derrota final, seguramente vuelva como triunfante a su país.
Muchos de ellos es probable que jamás vuelvan a disputar un Mundial, mas el
recuerdo mundialista de este combinado pervivirá en la memoria de todo un país,
y yendo más allá, del panorama futbolístico mundial. Como dijo una vez el
ilustre Jorge Luís Borges, la derrota tiene una
dignidad que la victoria no conoce, y seguramente sea por ello que hoy
vemos con asombro ante nuestros televisores como ciudades como Zagreb o Zadar
están a rebosar de gente festejando. Imágenes, como no podría ser de otra
forma, de fábula.
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