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Pelé y Alberto Spencer antes de un Santos-Peñarol. (foto: estadio.ec) |
Es innegable que
bajo nuestras huellas han quedado grabadas las ilustres cabalgadas de elegantes
húsares e impetuosos guerreros. Han habido miles de justas que han quedado
atrapadas en el inexorable avance de las eras, acompañadas por el recuerdo de
magnos ejércitos. Por suerte, a nuestros días llegaron las hazañas de estas
numerosas guarniciones de combate que hicieron ver su valía en el campo de
batalla. A menudo concebidas con un tono de épica, deterioradas por el óxido de
las mentes, pero no por ello peores.
El fútbol también ha
sido partícipe de estos poemas épicos. La saga balompédica ha dado voz para la
eternidad a sus propios elefantes de Cartago, a sus sangrientas batallas de
Verdún y a sus heroicos Saladinos. No obstante, aquel que sea devoto de este deporte
te hablará de las tropas madridistas de Paco Gento y del Milán de un general de
combate como Arrigo Sacchi. O quizá prefiera llenarse la boca con la Naranja Mecánica y el Barcelona de Leo Messi y
Guardiola, pero la conclusión final es que todos ellos también han dejado sus
huellas. Sin embargo, para pisar donde pisaron los protagonistas de mi historia
debemos cruzar el charco, puesto que fue en Uruguay donde se escribió este
episodio de oro, carbón, y gloria.
La nación charrúa
desde sus inicios fue una de las mayores potencias futbolísticas. Sus copas
Mundiales y títulos continentales así lo acreditan, y es que su combinado
nacional siempre ha sido un rival a tener en cuenta en el panorama
internacional. Pero fue en los años 60 cuando se erigió un club en el país
sudamericano que conquistaría el mundo. Una dinastía de ensueño que encaminaría
hacia la inmortalidad al Peñarol de Montevideo. Un mito borroso en Europa, pero
imborrable en las canchas de otro continente.
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Equipo para la historia, el primero campeón de la Libertadores. (foto: CONMEBOL) |
El idilio de los aurinegros comenzaría a finales de los años
50, cuando ganaron los dos últimos títulos ligueros de la década de forma
consecutiva, mas esto únicamente es un prólogo de lo que estaba por llegar. En
1960 la CONMEBOL daba luz a la Copa Libertadores bajo el nombre de Copa de
Campeones de América, y al igual que hizo el Real Madrid con la Copa de
Campeones, dominaron -junto al Santos de Pelé- este torneo prácticamente desde
los inicios. Haciendo gala de su superioridad, emularon al más grandioso
Imperio Romano y expandieron su dominio por toda América, llevándose a su
bolsillo las dos primeras ediciones de la competición.
De entre esta
escuadra comenzaba a sobresalir un nombre, que todavía ostenta el récord de
máximo anotador histórico de la Copa Libertadores: el del ecuatoriano Alberto
Spencer. Pese a que nunca disputó un Mundial, tras su espigada figura de piel
oscura y rostro sereno se ocultaba el tesoro del gol, y en gran medida el éxito
de este Peñarol. Por el contrario, la Cabeza
Mágica conquistaría el mundo junto al Peñarol en el 1961, al tumbar en
la Copa Intercontinental al Benfica de Eusébio y Béla Guttman.
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Alberto Spencer antes de un encuentro. (foto: peñarol.org) |
A nivel nacional los
títulos siguieron cayendo, pero hasta el 1966 no volverían a repetir la gesta
de la Libertadores. Tras los bicampeonatos del Santos y del Independiente -en
los que los yoruguas disputarían dos de
las finales-, Peñarol se hizo con su tercer entorchado contra River Plate,
clasificándose de este modo para una nueva edición la Copa Intercontinental.
Una última batalla que tiene un inmenso valor simbólico por lo que representa,
y que marcó seguramente el punto y final de dos equipos de leyenda.
Los aurinegros se vieron las caras con un Real
Madrid lejano a la hegemonía de los inicios, pero que se había alzado con su
sexta orejona ante el Partizán de
Belgrado. Los de Montevideo afrontaban una última justa que de ganar los
llevaría a la gloria, mientras que los blancos disparaban los últimos cartuchos
de la más gloriosa de sus campañas. Dos estrategas de renombre se medían cara a
cara en lo que sería un antes y un después para ambos clubes. Una leyenda de
los banquillos como Miguel Muñoz ante un hombre que vio desde su portería el Maracanazo como Roque Máspoli.
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Saludo entre capitanes antes de uno de los choques de la Intercontinental. (foto: Pasión Fútbol) |
Finalmente, ida y
vuelta finalizaron con el mismo resultado. Dos goles de Spencer le dieron
ventaja a los manyas en el Centenario de
Montevideo, para después conquistar todo un bastión como el Santiago Bernabéu.
Pedro Rocha clavó el primer puñal desde los once metros, y Spencer -que se
quedó a un gol de igualar a Pelé en esta competición- puso con otro tanto punto
final al partido, a la copa, y a una dinastía recordada como imbatible. Con
Máspoli se coronaron como reyes del fútbol a nivel de clubes, y dijeron adiós a
la época más brillante de Peñarol de Montevideo.
El valor simbólico
de esa victoria todavía sigue viva en la hinchada aurinegra,
puesto que rompió un ciclo. Peñarol tendría que esperar 16 años para volver a
ganar la Copa Libertadores. Por su parte, el Real Madrid no volvería a ganar la
Copa de Europa hasta 32 temporadas después. Aún saliendo victorioso uno de los
dos conjuntos, ambas leyendas se comenzaban a disipar con el paso del tiempo.
No obstante, el balompié es un ente que guarda las memorias de sus héroes, y
siempre son recordados con alegría guerreros de la curia de Di Stéfano y Paco
Gento. Al igual que aún en el Centenario se vitorea con el orgullo de toda esta
gloriosa entienda. Aún Montevideo vibra bajo el cántico de sus ilustres héroes
de carne. Aún bajo la zamarra de Peñarol hay un capítulo de oro, carbón, y
gloria.
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