DE ROSSI DEVUELVE LA GRANDEZA A ROMA

De Rossi marcó el camino a las semifinales. (foto: UEFA)

El 30 de mayo de 1984 se disputaba la final de la Copa de Europa de la temporada 1983/1984. El pequeño Daniele estaba a menos de un mes de cumplir un añito, cuando la Roma que tanto le estaba enseñando su padre a amar desde recién nacido jugaba su primera final de la máxima competición continental. Desde ese fatídico día en el que unos penaltis y unos bailes se cruzaron en su camino, "la Loba" no ha vuelto a clasificarse para una final de tal índole, ni siquiera para una semifinal. Hasta ayer.

34 años después, Daniele ha pasado a ser De Rossi, un apellido que significa mucho en la ciudad eterna, solo superado por el de un tal Totti. El amor que su padre, Alberto De Rossi, hoy entrenador del Primavera (equipo juvenil) le enseñó por los colores giallorossi le han llevado a ser a día de hoy uno de los "one-club-man" más reconocibles de todo el globo terráqueo. Su indomable carácter, actitud inquebrantable y liderazgo sin oposición sobre el verde del Olímpico trascienden más allá de lo futbolístico. La Roma supone una parte fundamental de la vida de los De Rossi, el amor y la lealtad a unos colores que son más que un lugar de trabajo: "Es pasión, una elección sentimental, dictada por el corazón y la cabeza". Más que ganar títulos, dinero, fama. Algo que muchos no pueden comprender. Una especie en peligro de extinción que en Italia sigue teniendo ejemplos, y que seguirá inspirando a las futuras generaciones de futbolistas.

Florenzi, a excepción de un año cedido en el Crotone, se ha mantenido fiel a la Roma. (foto: UEFA)

La actuación de De Rossi y de toda la Roma en el día de ayer se puede explicar desde el tono sentimental. Una "Loba" herida de muerte en la primera pelea, pero que se resiste a dar su último aliento, y en la segunda y definitiva batalla se revuelve, lucha hasta el final y asesta un golpe más fuerte y sorprendente que le vale para ganar y matar a su rival, más fuerte, más fiable, pero que pasa de estar confiado, engreído, ante su clara ventaja a verse impotente ante la fiereza lobezna. De esta forma, más o menos, la Roma de Eusebio Di Francesco y De Rossi se cargó a todo un Fútbol Club Barcelona. El centrocampista dominó su zona del terreno de juego y empequeñeció a todo un Leo Messi, al que dejó casi sin influencia destacada por sus lugares preferidos del campo, llegando incluso a interaccionar más con el esférico que el argentino.

No entró mal el Barça en el  choque, pero fue un espejismo. La intensidad y el espléndido planteamiento del técnico romano desactivaron primero a Messi e Iniesta, por medio de Nainggolan y De Rossi, el cortocircuito del ataque del Barça, que prácticamente no existió. El argentino tuvo que retrasar su posición, minimizando su peligro real. Busquets y Rakitic tampoco encontraron su sitio, con el trabajo impecable de Strootman y, de nuevo, De Rossi. Kolarov y Florenzi se incorporaban como un cuchillo en mantequilla por los costados, ofreciendo profundidad en ataque a la Roma y dejando en evidencia a Semedo, pero también aportaban en defensa, impidiendo efectivamente los avances de Sergi Roberto y Jordi Alba. Umtiti y Piqué encontraban trabas ante la línea de presión de Dzeko y un debutante Schick en Champions, y esta vez el envío largo de Ter Stegen no fue eficaz. Ademas, la fiabilidad defensiva que los centrales venían mostrando desde principio de temporada se nubló con otra mala actuación, unida a la reciente en el Pizjuán, ante la superioridad en los duelos aéreos de los delanteros bosnio y checo, que ganaron la gran mayoría de balones disputados que les enviaban desde atrás, y así llegó el 1-0. Con solo seis minutos de juego, un envío en largo del omnipresente De Rossi lo remató, en semifallo, Edin Dzeko. El delantero olvidado atacando de nuevo. Encontró en Schick, que más que otro delantero fue un segunda punta que arrancó desde la derecha, un aliado perfecto. A pesar de que el cuadro culé mantenía la posesión del balón, no conseguía poner en aprietos de verdad a Alisson, y la Roma dominaba el partido a su antojo.

Su gol en la ida resultó vital. (foto: UEFA)

En la segunda mitad el panorama no cambió. Valverde no encontró respuesta a la propuesta romana en el descanso, y todo se puso más cuesta arriba para los barcelonistas con el 2-0 desde los once metros, anotado por De Rossi, tras penalti cometido por Piqué sobre Dzeko, que venció al central una y otra vez en el cuerpo a cuerpo. "Il Capitano" se redimía de su autogol en el Camp Nou, completando su actuación estelar con una asistencia y un gol. Con una Roma a la que se le notaba la sangre en los ojos, que se lo creía y lo disfrutaba, arropada por unos aficionados más volcados que nunca, Di Francesco no se echó atrás, ni mucho menos. Las entradas de Ünder y El Shaarawy por Schick y Nainggolan suponían más calidad, desborde y velocidad para rematar a un Barça KO, nervioso, impotente e incapaz de hacer daño serio a "la Loba". Tras minutos de titubeos, Valverde respondió en el 81' con la entrada de André Gomes... y en el 82' llegó el 3-0, con un remate magistral de Manolas al primer malo en un saque de esquina. Curiosamente, el otro futbolista que se marcó en su portería en la ida y que ayer también fue providencial. Las entradas a destiempo y a lo loco de Dembélé y Alcácer no supusieron nada y se produjo la vergüenza culé y la histórica gesta romana.

Un Barça desdibujado. (foto: UEFA)

Si a De Rossi le falta algo en su carrera es un Scudetto y una gran actuación europea. Tras lo de ayer, ya solo le queda lo primero. "Danielino" llevará a su equipo a algo más que unas semifinales de Champions League. Un viaje en el tiempo para volver a creer en una Roma imperial y dejar de soñar, porque los jóvenes romanistas, como el mismo De Rossi, por fin podrán ver y disfrutar lo que siempre le han contado: una Roma entre los mejores del continente.

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