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La selección japonesa celebra uno de los goles ante Bélgica. (foto: FIFA) |
Las metáforas son
algo que me encanta como lector habitual. Más allá de suponer una prueba al
ingenio de quien las pone en práctica, también son elementos que escenifican y
aportan liricismo a cualquier tipo de contexto o hecho. En mi círculo de
confianza esto es algo que no pasa desapercibido, y muchas veces ellos son más
conscientes que yo del uso que muestro de este tipo de figuras en mi jerga. Es
más, si ustedes han leído alguno de mis escritos anteriores se habrán percatado
de ello, así que ya pueden imaginar por donde van los tiros con los títulos que
suelo adjudicarles. Aunque más que tiros, en este caso concreto deberíamos
referirnos a cañoneos, puesto que esta metáfora va de navíos y batallas.
Aquellos que se
hayan embarcado en las aventuras de esta Copa Mundial habrán podido presenciar
las sorpresas y decepciones que se han propiciado entre las 32 selecciones
participantes. A estas alturas, con los cuartos de final casi definidos, hemos
visto ya el hundimiento de muchos de las naves que se presentaron en esta
travesía. Entre ellos, el de todo un Titanic
como España para muchos fue sorprendente y doloroso, teniendo en cuenta que se
estrellaron contra un iceberg como Rusia, que pese a mostrarse firme durante lo
que va de torneo, seguía siendo sobre el papel un conjunto inferior. Aún a día
de hoy se especulan y se analizan las diversas causas del naufragio del barco
español, que pese a apostar por su clásico fútbol de posesión, no logró ser
resolutivo ni dinámico en el último cuarto de cancha, ni tampoco seguro en la
defensa. Un final trágico, que se contrapone por completo al que presenciamos
ayer de una selección como la japonesa, la cual ha sido sin duda mi favorita en
cuanto a juego en lo que va de Mundial. Quisiera hablaros ahora de cómo esto
fue posible:
Los nipones, si lo
visualizamos, tenían factores en común con la selección española de cara a este
Mundial, quizá no en cuanto a aspiraciones o a gama
de navío, pero sí en cuanto a los contextos y el estilo de juego. Akira
Nishino, había sido designado hace unos escasos dos meses como capitán y líder
de esta fragata del sol naciente, y
venía con la intención de que el barco japonés no hiciese aguas en la
competición. España tomó una decisión más precipitada seguramente con respecto
a su entrenador, pero lo cierto es que ambos conjuntos afrontaban este torneo
con unos líderes en sus respectivos banquillos completamente nuevos y ambos
haciendo gala de un juego de posesión y de pase, acorde al perfil de sus
menudas tripulaciones.
Más allá del papel
de España, centrémonos ahora en como faenó Japón durante su fase de grupos,
puesto que la táctica que puso Nishino sobre la mesa resultó ser cuanto menos
brillante en un grupo en el que a priori no eran los primeros candidatos a
clasificarse. Dejando de un lado el encuentro contra Polonia -en el que, por
cierto, Kawashima hizo una de las atajadas del torneo-, que fue un trámite con
cierto riesgo y polémica, y su victoria ante una Colombia, mermada por la
expulsión de la 'Roca' Sánchez, su cara a cara contra Senegal fue -en la
opinión de un servidor- la exhibición más fidedigna del esquema táctico y
estratégico. En el campo vimos a un equipo que acompañaba la bola en todo
momento a la hora de tocar, y que cargaba gran parte de su influencia ofensiva
en el juego por las bandas.
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Senegal y Japón brindaron uno de los mejores encuentros del Mundial. (foto: AFP) |
En su 4-2-3-1
particular, pese a no ser una tripulación de grandes marineros, distinguimos a
muchas piezas con experiencia en las grandes ligas europeas. Laterales como
Nagatomo o Sakai mostraron -especialmente el primero- todo lo incisivos que
podían llegar a ser, apoyados también por el juego de Inui y Haraguchi
-extremos en la tercera línea- en sus respectivas bandas, lo que desembocó en
un gran quebradero de cabezas para la defensa senegalesa. Los pivotes -en la
segunda línea- con la posesión cumplían una función fijadora muy definida, y
tanto Gaku Shibasaki como Makoto Hasebe la llevaron al excelente. Ellos
suponían una primera vía de elaboración constante, y llegaba a haber momentos
del juego en que organizaban el partido en la posición de los centrales,
mientras que los propios centrales cubrían los huecos cedidos por los laterales
incorporados al ataque. Delante de todos ellos el punta Yuya Osako desempeñaba
un rol más físico, semejante al de puntas como Artem Dzyuba o Aleksandar
Mitrovic, pero con el hándicap de no poseer su fortaleza. Pese a su metro
ochenta, cumplió muy bien en su tarea de jugar con la espalda ante los defensas
y bajar los balones por alto hacia la tercera línea, e incluso llegó a
participar en jugadas con un perfil más de "llegador" que de
"tanque".
Sin embargo, si hay
un hombre que haya sido clave en toda esta pizarra, ese es Shinji Kawaga. Desde
la posición de mediapunta ha sabido llevar la manija del conjunto nipón a un
nivel extraordinario. Pese a no mostrarse tan anotador como Inui, el jugador del
Borussia de Dortmund es el enlace que da coherencia a todo el sistema en su
amplitud. Baja al apoyo a recibir la bola de los pivotes para avanzar, se
presenta como apoyo para el juego por bandas, y es la mitad de las veces el
encargado de filtrar los pases en profundidad y de revolucionar a los defensas
con su dribbling. Con él la tercera línea nipona fue una verdadera cabalgata de
habilidad y fluidez, a la vez que equilibrio. Kagawa interpretó de manera
magistral su arquetipo, y fue un director de orquesta más que digno para esta
selección. Toda una reivindicación de clase y tablas del mejor japonés de su
generación.
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Kagawa abrió el camino de la victoria en el duelo contra Colombia. (foto: AFP) |
Ayer ante Bélgica
quizá vimos esta versión optimizada de la táctica ofensiva de la fragata del sol naciente en la segunda
parte. Fue entonces cuando se adelantaron en el marcador, con dos jugadas de
contragolpe en las que dieron destellos de su clase -la de Inui fue una oda al
gol en toda regla-, e hicieron sonar las sirenas del buque belga. Kagawa volvió
a sacar la batuta y a realizar aspavientos y dinámicos cambios de posición con
Inui y Haraguchi con tal de progresar por las bandas, y lograron poner en más
de un aprieto a los centrales. Aunque finalmente -y sin dejar de lado la
actuación imperial de Shoji y Yoshida en la zaga- la superioridad aérea, el
potencial ofensivo, y la calidad de los grumetes de Bobby Martínez fueron
factores determinantes de cara a la remontada final. Los diablos rojos supieron atacar los espacios
cedidos por la defensa japonesa y el peso extra del favorito decantó la balanza
hacia su lado.
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Chadli acabó de la forma más cruel con las opciones de los de Nishino. (foto: Getty Images) |
Al final uno se
autoconvence de que es por participaciones como estas que resulta hasta
obligatorio reflejar con metáforas una realidad tan poética. La moraleja de dos
cuentos con dos finales semejantes: un premio a la humilde armonía y un castigo
al ostentoso ruido. Desamor y amor, España y Japón se despidieron del Mundial
en octavos, si bien esta última practicó un balompié de posesión que los de
Fernando Hierro no supieron llevar a cabo en casi todo su recorrido. Un
planteamiento que ha sorprendido a propios y a extraños, y que sin duda ha
encandilado a aquellos que presenciaron su mejor ejemplo. El Titanic se hundió en silencio, mientras que en
la fragata del sol naciente esta
orquesta de nipones siguió tocando hasta sumergirse en el último minuto.
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