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Messi celebra el 0-2 con los aficionados culés en el Bernabéu (foto: Denis Doyle//Getty Images) |
Un Clásico decisivo por LaLiga se presentaba en el día de ayer en el Santiago Bernabéu a las inusuales 13:00, hora más propicia para el vermú en esos lares. El Barça ha dado un golpe tremendo en la mesa y amarra media Liga con el 0-3 que ha cosechado en tierra hostil.
Sorprendía Zidane en su once, introduciendo a Mateo Kovacic en el lugar de Isco Alarcón. El croata había sido clave para conseguir la Supercopa en agosto cuando entró por el sancionado Modric, y el francés buscaba repetirlo. Valverde salía con lo esperado para afrontar su primer Clásico liguero, con las bajas ya conocidas y Paulinho en cabeza de ese rombo en el mediocampo. Pronto supimos y confirmamos lo que se sospechaba, Kovacic se había colado en el once para frenar a Messi, pero también para situarse cerca de Busquets en el comienzo de la jugada culé, algo que funcionó, ya que vimos al Busi menos acertado en los primeros 45 minutos.
Los Blancos salieron como suelen hacer en un partido de este tipo, y más jugando en casa. Comenzaron presionando, metiendo miedo y llegando con mucha gente a la portería de Ter Stegen, que Cristiano Ronaldo consiguió batir en el minuto 2, pero en posición de fuera de juego. El equipo culé parecía menos interesado en atacar y más en mantenerse bien plantado en el terreno, siendo consciente de sus aptitudes. Iniesta mostró en varias ocasiones sus deseos de mantener la tranquilidad, la calma, con gestos ostensibles impropios del manchego, y lo acabó consiguiendo. Poco a poco, la relajación que quería transmitir se fue apoderando del partido y las revoluciones que el Madrid intentaba imprimir al choque iban bajando.
Tan solo de forma intermitente Cristiano inquietó a la defensa azulgrana desde la banda izquierda, junto algún tiro aislado de Carvajal y Modric, el mejor del Madrid, frenados por unos enormes Piqué y Vermaelen o por el muro Ter Stegen, o por las imprecisiones características de un equipo aún falto de confianza. De hecho, las ocasiones más claras, con permiso del cabezazo de un horrible Benzema, que rozó el palo, las tuvo el Barça, más concretamente Paulinho, que se vio frenado por Keylor Navas hasta en dos oportunidades y pudo haber encontrado premio en una primera mitad fallona. Ambos pases que rompieron la defensa merengue, de Leo Messi. Había comenzado el baile. Ante la falta de profundidad que posee el Barça desde la marcha de Neymar, el argentino buscaba a Paulinho como referencia en ataque, en mayor medida incluso que a Suárez. Con 0-0 y con sensación de que cualquiera se lo podía llevar, llegaba el descanso.
En la segunda mitad se vio un control más absoluto del conjunto culé, que fructificó pronto, en el minuto 9 de juego del segundo acto. Una acción magistral comenzada por Busquets, de menos a más en el encuentro, para robar y zafarse de la presión, el pase hacia Rakitic, que condujo por un mediocampo blanco desierto para cederle el esférico a Sergi Roberto, que de primeras, y ante el desajuste de los centrales, sirvió el 0-1 a Luis Suárez, merecido premio para el uruguayo, que va a más. Pero ninguno de los nombrados jugadores fue el más trascendental de la jugada. La sola presencia de Messi cerca del transcurso de la jugada hizo dudar a Kovacic, agotado del esfuerzo de la primera mitad, de si ir o no al envite con Rakitic. El ex del Inter, fruto de ese esfuerzo o de direcciones técnicas, optó por quedarse con el argentino y abrió el hueco que a la postre valdría para el gol. El fallo del croata, junto a las dificultades de los laterales Marcelo y Carvajal para volver a la defensa dieron la oportunidad al Barça, que no desaprovechó.
El club culé comenzó a moverse más fácil y a salir mejor de la presión madridista, se estiró en ataque con un gran Paulinho, y con el manotazo de Ramos a Suárez parecía vislumbrarse que la cosa no se quedaría ahí. Tan solo diez minutos después llegó el segundo. El dominio que el equipo blaugrana había instalado en el choque se acrecentó con la mano voluntaria de Carvajal en una jugada embarullada en el área, que propició el 0-2 de penalti de Messi. El crack había favorecido ese lío en el área con otro pase magistral a Paulinho. Alterando desde la sombra. Justo antes del gol, Zidane había decidido introducir a Bale y Asensio, cambios que tuvo que retrasar al minuto 72, después de sacrificar a un Benzema pitado para dar entrada a otro defensa, a Nacho, tras la expulsión a Carvajal. Con el 0-2, el Barça se echó un poco atrás y el Real Madrid tuvo ocasiones, tirando del histórico orgullo que el equipo de la capital presume y pasea y que le ha valido en numerosas ocasiones, para volver al choque.
Pero ni por estas consiguieron batir a la defensa más segura del campeonato. Bale, que había sonado en la previa como posible titular, completó unos buenos veinte minutos e incomodó al ingresado Semedo. Tuvo mayor impacto que un desaparecido Asensio, que va claramente a menos. Con el tiempo ya cumplido y después de que André Gomes hubiera fallado dos ocasiones claras ante Keylor y de ver a Piqué de nuevo rondando el área blanca en busca de ese morboso gol, en el descuento apareció otro jugador que entró al campo, Aleix Vidal, para convertir el 0-3 con un lanzamiento desde la frontal que entró llorando, muriendo poco a poco, tras escaparse de las manos de Navas. El pase se lo puso Messi, que, descalzo, invitó a bailar a Marcelo, que no pudo seguirle el paso. Como nadie en el verde de Chamartín.
El Real Madrid, que saltó al campo con los 11 puntos que le separaban en la mente, se resbaló en su ímpetu ante la pausa del Barça. Zidane quiso volver a bailar con Messi como hiciera en agosto, pero el argentino eligió el baile de la muerte... del Real Madrid en esta Liga.
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