EL PRÍNCIPE ABDICA

(foto: El Nacional)

Era una noche cálida de agosto de 2013, en Madrid, cerca del río Manzanares. El primer título de la temporada en juego entre Atlético de Madrid y Fútbol Club Barcelona. Pero más que el partido, lo que ansiaba ver la gente era un chico. Ya había debutado dos días antes, bajo la sombra y apoyo de su nueva afición, que lo miraba con ojos distintos a los que miraba a cualquier otro jugador. Ese día era distinto. En casa de un rival por la Liga, del actual campeón de Copa, un equipo grande.

No fue titular. No lo vimos sobre el verde hasta el minuto 59. Su Barça estaba sufriendo, de hecho iba por debajo en el marcador desde el primer cuarto de hora. Con su entrada (y la de un hombre que también estaba llamado a liderar una generación de la Masía) el equipo cambió. Tan solo siete minutos más tarde ya había marcado su primer gol oficial en España. Un gol que valía un trofeo.

Ahí la gente lo vio claro. Tiene que ser él. No hay nada que lo impida. Tiene la edad perfecta, está donde debe estar, aprendiendo de los mejores y, sobre todo, tiene las cualidades. Solo el tiempo podría decirnos cuándo y cómo alcanzar la cima del panorama mundial futbolístico. Cuándo convertirse en el Rey. En qué momento recoger la corona que dejaría el 10.

No sin obstáculos, no sin líos extrafutbolísticos, no sin lesiones, su calidad siguió paseándose por toda Europa y su fútbol siguió creciendo, sobre todo a partir de la segunda temporada, con la marcha de Gerardo Martino y la llegada de Luis Enrique, que lo colocó en el extremo izquierdo, lugar donde podía explotar sus habilidades extremas de regateador.

Ese mismo año llegarían los títulos. Y algo más. Triplete siendo imprescindible (con goles en todos los partidos de las tres últimas rondas, incluida final, en Champions) y una amistad con el 10 y el 9 que mostraban cada vez que podían. Nada parecía separarles. El Rey, el Pistolero y el Príncipe.

En enero de 2016, el Rey recuperó su corona. A pesar de todo lo hecho, el joven chico seguía estando a su sombra, que parecía inalcanzable incluso. Su sociedad con el Rey parecía la misma que tendrían padre e hijo. Como si fueran del mismo linaje.

Pero cuando el Rey desaparecía, el Príncipe se mostraba en su mejor papel. Estaba más liberado, era más natural, más él. Ahí sí, los focos le apuntaban directamente. Esos focos provenían también de otros reinos, otros clubes, que lo perseguían y lo tentaban desde tiempo atrás. Y le siguieron queriendo las siguientes dos temporadas, en las que el Barça cada vez era menos Barça y el Real Madrid, eterno rival que pudo ser su equipo, era cada vez más dominador.

Neymar es como esa novia que te gusta tanto que le permites hacer de más. Le permites que flirtee con otros delante tuyo, que se lleve a sus amigos de cita contigo y más. Le necesitas a tu lado pero te hace daño al mismo tiempo. Es un amor que ciega lo negativo que le rodea. Un amor que ha cegado a la afición blaugrana, quizás hasta el día de hoy, 2 de agosto.

Tan fuerte en el campo como débil fuera de él, cayó en la tentación, promocionada incluso por figuras próximas a él. Hoy en Barcelona se recuerdan líos judiciales, fiestas en momentos inoportunos de la temporada, a su padre (responsable de muchos males de hoy del Barça), asuntos de publicidad y las botas, múltiples renovaciones sin ningún sentido deportivo… Y se tiran los pelos de haber aguantado ese amor al ver que se va cuando viene otro con la boca llena de promesas.

Neymar se va. Se va a un lugar donde los focos caerán todos sobre él, donde podrá ser libre y volar más alto y lejos. Se va dejando paz en Barcelona, en pleno nuevo proyecto deportivo. Una paz que conducirá irremediablemente a otra tormenta.

(foto: FC Barcelona Noticias)

Curiosamente el destino del brasileño se halla en la ciudad del amor, ese que profesó y provocó en la afición del Club que lo trajo a Europa y le dio sus primeros grandes éxitos. El Príncipe ha abdicado para intentar escalar al trono, conseguir ese desafío que todo futbolista ansía. Pero sin la compañía del Rey, de su “padre”. Solo el tiempo dirá si acierta o comete un error que puede marcar su carrera. Por lo menos tendrá(n) el dinero.

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