ONCE AÑOS NO ES NADA

Los trofeos, en el campo. (foto: El Español)

Más de una década después, el Valencia Club de Fútbol ha vuelto a catar metal. Una larga travesía plagada de sinsabores y momentos para el olvido que tocó a su fin el pasado sábado en el Benito Villamarín, cuando los ché redondearon su recién estrenada condición de club centenario superando al que había sido el Rey de la Copa los últimos años, el Barcelona.

Se acabó la tiranía del Barça en el trofeo del KO tras cuatro años y después de generar un pensamiento en el aficionado de triunfo obligado. Finales resueltas antes de la hora, paseos militares y un título casi por decreto que han convertido la Copa del Rey en lo que para muchos ahora es un "chupito". En este caso, al igual que la temporada pasada, un trago de aguardiente para olvidar las penas europeas.

Al contrario que el año pasado en el Wanda ante el Sevilla, lo que se ahogaron no fueron las penas, sino el propio Barça. Los culés parecían un equipo que no quería jugar ese partido, más con la cabeza en la playa -o en otro sitio- que en el verde del campo del Betis. Si en Liverpool le pesaron los noventa minutos de Roma, en Sevilla le pesaron los noventa minutos de Liverpool. 

Pero más que eso pesó un rival que necesitaba ganar de verdad, y que sí quería hacerlo. Mestalla nunca había estado en su historia más de diez años sin saborear un título, algo que Marcelino ha tratado de inculcar a sus jugadores desde su llegada, incluso en una temporada que comenzó recordando a episodios del pasado, tardando siete jornadas en conseguir su primera victoria en Liga y cayendo en Champions en la fase de grupos. Un panorama desolador al que le dieron la vuelta en una segunda mitad de curso fantástica, acabando la competición doméstica en puestos Champions in extremis, llegando a semis de la Europa League y, por supuesto, alcanzando esta gran final copera.

Soler pudo con Alba en una de las acciones clave del partido. (foto: Miguel Morenatti//AP)

"Puede faltarnos experiencia pero nos sobra corazón", afirmaba en la previa del choque el preparador asturiano. Corazón, pulmones y piernas puso Carlos Soler, canterano valencianista, en la larguísima carrera en la que superó a uno de los plusmarquistas del fútbol, curiosamente un ex ché como Jordi Alba, para servir en bandeja el 0-2 a Rodrigo Moreno. Antes, Kévin Gameiro ya había roto la lata del lado de un Valencia que asomaba con mucho más peligro la portería de Jasper Cillessen que el Barça la de Jaume.

Hasta el minuto 43 el guardameta valencianista no tuvo que intervenir ante ninguna embestida culé. Un equipo hasta el momento inédito en el área rival, falto de cualquier movimiento sin Luis Suárez -que decidió operarse de sus problemas de rodilla para llegar en condiciones a la Copa América- y Dembélé -lesionado en Vigo-, aunque con un Coutinho inoperante. Los problemas también se sucedían en otras zonas, con Piqué en defensa apagando los fuegos que iba creando la presión ché y los errores de sus propios compañeros de zaga, y un medio campo de cuatro hombres absolutamente desaparecido, incluido un Busquets en la peor versión de su carrera.

Messi despertó al equipo en esa recta final del primer acto, y en el segundo, acompañado del ingresado en el descanso Malcom -por Semedo-, lideró la reacción barcelonista. El brasileño recibió la orden de desbordar y centrar continuamente a un área donde habitaba el otro incorporado en el entretiempo, Arturo Vidal -por Arthur-. Ver para creer. Y viéndolo en la grada estaban Kevin-Prince Boateng, el supuesto suplente de Suárez, y el canterano Abel Ruiz. Todo normal.

Los dos delanteros que había en el campo eran del Valencia. Ambos marcaron. (foto: José Jordán//AFP)

A pesar de que desde el banquillo del Valencia ya solo se escuchaban gritos de "atrás" y "juntar líneas", y del tiro al poste de Messi, el conjunto ché comenzó a sufrir de verdad a partir de la baja por lesión de su capitán y líder Dani Parejo. En un desafortunado resbalón ejecutando una falta, el centrocampista canterano del Real Madrid se hizo daño en un gemelo y tuvo que salir, entre lágrimas, del terreno de juego. Sin él, y aunque Marcelino reforzó su defensa, poco tardó en llegar el 1-2. Tenía que ser Messi, con otro gol en una final copera -la sexta en la que anota, el que más en la historia superando a Zarra-, quizás el menos brillante, empujando un balón que había quedado muerto prácticamente en la línea de gol.

Con el Valencia encomendado al apartado más defensivo, la figura de Coquelin se agigantó. El francés incomodó sin cesar los intentos de avance del Barça, más desesperado en busca del tanto del empate a medida que los minutos avanzaban, se hizo dueño de un centro del campo que Rakitic había dejado, patadas a botellas mediante, y fue una barrera para una delantera en la que ya se había instalado, al "modo Alexanco", Gerard Piqué.

(foto: Julio Muñoz//EFE)

Al final, el marcador pudo haberse movido pero del lado valencianista. Solo si Gonçalo Guedes hubiera tenido el aire y acierto necesarios para anotar las dos claras ocasiones de las que dispuso en el tiempo de descuento, en el que el Valencia ya se sabía campeón, como confirmó con el pitido más final que nunca de Undiano Mallenco.

Para cualquier aficionado valencianista, después de lo vivido la calurosa noche del sábado en Sevilla, estos once años de continua inestabilidad son como si no hubieran ocurrido. La larga espera se olvida, por lo menos durante unos meses, con momentos de tal emoción y hermanamiento. Si ya lo decía la canción, que veinte años no es nada... aunque noventa minutos puedan durar más de un año.


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