EL PODER DE LOS RECUERDOS

(foto: Getty Images)

Estamos ante la Champions League de las sorpresas, del descontrol, de lo inesperado, de las caídas gigantescas. No lo digo yo, lo dice el transcurso del torneo en los últimos tiempos. Y, aún así, que sucedan cosas como las de anoche nos sigue dejando con la boca abierta, aunque involucre a dos sospechosos habituales como Liverpool y Barcelona.

La sonrisa de Klopp en la bocana de vestuarios, mientras ya sonaba a capella en The Kop el "You'll Never Walk Alone" era el primer argumento de un equipo con bien poco que perder, porque prácticamente ya lo habían entregado todo en Barcelona y en las postrimerías de ese desafortunado partido de ida.

Con las ausencias de Salah, Firmino y Naby Keïta y un Virgil Van Dijk que iba a jugar tocado, Klopp se vio obligado a acompañar a Mané en su trío atacante con dos futbolistas que apenas han contado con su confianza este curso, como son Divock Origi y Xherdan Shaqiri. También el centro del campo presentó un ligero lavado de cara, con la entrada del capitán Henderson, y Alexander-Arnold, después de su formidable asistencia de gol en Premier ante el Newcastle, recuperó el puesto de lateral derecho en detrimento de Joe Gomez. Ante las bajas, en el banquillo esperaban su oportunidad dos youngsters como Brewster y Woodburn. Por su parte, Ernesto Valverde se mantuvo rígido en su planteamiento. El "Txingurri" dio entrada a los mismos once que sacaron del encuentro de ida el inimaginable resultado de 3-0, con Vidal en el centro del campo, Coutinho en la banda izquierda y Sergi Roberto en el lateral diestro.

Si hay una cosa que todo aficionado al fútbol tiene clara es que los inicios de partido en Mersey van a tener siempre como dueños a los locales, a su presión arriba en defensa, a su electricidad en ataque. Ni un minuto tardó el Liverpool en avisar que este encuentro no sería un camino de rosas para los culés, y poco más se demoró en dar el primer golpe.

De un mal envío en largo de Joel Matip y un peor despeje de Jordi Alba nació el 1-0, apenas en el minuto seis de juego y en la segunda ocasión clara de los reds. En el momento y en el lugar oportunos estaba Divock Origi para enviar a la red un despeje de Ter Stegen a tiro de Jordan Henderson. El segundo de los puntos a seguir en la "guía de toda buena remontada" estaba cumplido: marcar en los minutos iniciales.

Origi, héroe en una semifinal de Champions en 2019. Ver para creer. (foto: Dave Thompson//AP)

Sin el "egyptian king", Mané se erigió en el líder, volviendo loco a Sergi Roberto y participando por todo el flanco atacante. Junto a un Fabinho excepcional en maniobras de secante, los laterales Robertson y TAA omnipresentes y unos centrales, Matip y Van Dijk, prácticamente infranqueables, fue la base del poderío local. Mientras, el Barça renegado a los contragolpes, a los ataques cortos. Lo que le funcionó en el Camp Nou, lo que ha perfeccionado en las últimas temporada, desde Luis Enrique hasta ahora, ayer le falló. Ni los tiros ni los pases que solo sabe hacer Messi, la única solución que encuentra el Barça en los momentos críticos, desembocaron en la alegría de seis días atrás. Lejos de su refugio invencible, los culés parecían inofensivos.

Al descanso las sensaciones eran las del pasado miércoles, pero el acierto había cambiado de bando. Por eso, todo parecía indicar que un entrenador que suele corregir cuando ve algo mal como Valverde, con el objetivo de hacer un gol que obligara a irse a cinco a los reds, haría un cambio en el tiempo de recreo para sustituir a un inoperante Coutinho o a un superado Rakitic e introducir otro atacante. Sin embargo, prefirió mantenerse en su idea. Cuando movió ficha ya era demasiado tarde.

Si los minutos iniciales de las primeras partes en Anfield son temibles, ídem con los de la segunda. Las emociones se renuevan tras salir de vestuarios, el legendario estadio aprieta y el Liverpool vuelve a forzar su maquinaria. Aún así, Luis Suárez, que tantas veces ha celebrado un gol en Anfield, tuvo en su pie derecho la oportunidad de cambiarlo todo. El pase que recibió de Messi fue un regalo, como su blandito tiro a las manos de un Alisson que pasará a ser innombrable en Barcelona.

Como Ter Stegen en la ida, Alisson fue clave en la goleada de los suyos. (foto: EFE)

Ahí apareció la figura de Georginio Wijnaldum. Sorprendente suplente -para lo que suele contar Klopp con él-, ingresó por la lesión de Andy Robertson -Milner, eterno comodín, pasó al lateral izquierdo-, y cambió el partido para convertirse en el héroe inesperado de la noche. El centrocampista red, mal usado como falso nueve en la ida, castigó el error del uruguayo casi inmediatamente, anotando dos goles en dos acciones casi consecutivas que pusieron en evidencia la diferencia de intensidades entre uno y otro equipo. Ni Jordi Alba estuvo suficientemente fuerte en el robo de Alexander-Arnold en el 2-0, ni los centrales supieron imponerse en el salto en el área al holandés, que mide diez centímetros menos que Lenglet y veinte menos que Piqué. El peor día posible para volver a mostrar fragilidad en el campo y en el banquillo de otras citas.

El Liverpool, sin hacer el partido de sus vidas, había completado los dos siguientes pasos a seguir para llevar a cabo el milagro: empatar la eliminatoria y, sobre todo, meter de lleno al Barça en un ambiente que todavía no ha olvidado y que solo transmitía miedo y temblor a las piernas de los ayer vestidos de amarillo chillón. No surtieron efecto alguno los cambios de Nélson Semedo por Philippe Coutinho -que quizá haya vestido por última vez la camiseta del Barça- y Arthur -con menor protagonismo en las fechas decisivas cuando él fue el responsable de dar orden al centro del campo barcelonista- por un Arturo Vidal que puso lo que sabe, la pelea y el empaque, y al que poco más se le puede pedir.

Nada podía frenar ya a un Liverpool que estaba dispuesto a vivir otra noche para apuntar en letras de oro. A la altura de la final de UEFA ante el Alavés, de la Champions imposible de Estambul, de la remontada in extremis contra el Dortmund... A este equipo lo entrena un hombre que comete errores, pero que sabe corregirlos en los grandes momentos, y ayer era uno de ellos. Un hombre que, a parte de táctica, es emoción e intensidad, que nunca nos cansaremos de recordar que le ha cambiado la cara a una institución dormida que muchos consideraban ya perdida para siempre.

Imágenes para la historia. (foto: Getty Images)

Dormido y sufriendo pesadillas llevaba ya varios minutos el equipo blaugrana. No dio tiempo ni a comprobar si con Arthur en el campo el partido iba a cambiar, cuando un saque de esquina desde la derecha -como en Roma- y la picardía de un recogepelotas y de la próxima leyenda de Anfield se convirtieron en la peor pesadilla. Los defensas del Barça siguen buscando el balón que Alexander-Arnold sirvió a Origi, que remató a la perfección el cuero y una actuación individual de menos a más.

Con el 4-0 y todavía a un gol de que el Barça se metiera en la final, Valverde optó por una medida desesperada, introduciendo a un Malcom que nunca quiso en su equipo para resolver la patata caliente. Minutos de desesperación y de pocas ideas claras. El Barça atacó con más gente pero mucho peor. Era, sencillamente, la caída lenta y dolorosa de otro intento culé fracasado en Europa. Como cuando los músicos del Titanic siguieron tocando mientras este se hundía. Y se hundió.

Las celebraciones post-partido representan todo lo que es este Liverpool. Más que un club, una familia que unida cree en cualquier cosa, que, como rezaba la camiseta del ausente Mo Salah, profesa el "never give up". Ahora, a los reds les queda darle el merecido premio a este proyecto que ha iniciado el loco más cuerdo, Jürgen Klopp, y lo que diferencia un gran equipo de uno para el recuerdo: levantar el título.


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