DE MBAPPÉ Y CAVANI A LA DESIDIA Y LAS PENAS MÁXIMAS

Iniesta consuela a Jordi Alba. (foto: AFP)

Los octavos de final son la segunda estación de un corto pero intenso viaje llamado Mundial. En esta edición, han comenzado muy a lo grande. Cuatro exhibiciones individuales y un batacazo más que inesperado quedan grabados para la historia después de los primeros envites.

Mbappé y Cavani. Cavani y Mbappé. Las victorias de Francia y Uruguay no se entienden sin las figuras de estos dos hombres. Kylian se convirtió en eso precisamente con su actuación del sábado. A sus 19 primaveras destrozó a toda una dos veces campeona del mundo -venida a menos- como Argentina. Su potencia en la conducción, su habilidad con el balón, su excelente dominio de las dos piernas y su calidad técnica y táctica reúnen un conjunto de cualidades exageradas para su edad. Tanto, que recuerda a un tal Ronaldo Nazário, palabras mayores. El del PSG fue el principal quebradero de cabeza de una lenta y débil defensa argentina, en la que solo brilló la figura de Otamendi.

Ni cuando se pusieron por detrás en el marcador titubearon Les Bleus. Su plan consistía en que Argentina no encontrara a un Messi que era falso nueve, falso diez y falso ocho a la vez, y lo lograron, aunque el astro cosechara dos asistencias, que contribuyeron a que la albiceleste llegara con opciones de forzar la prórroga a la última jugada. Mucho más de lo que podía hacer este grupo de jugadores y este seleccionador. Mención especial se merecen los golazos que vimos. Di María y Pavard nos regalaron un par de joyas. Dos golpeos muy distintos pero plagados de belleza, plasticidad y colocación que redondearon un partido para el recuerdo.

Mbappé se consagró ante Argentina. (foto: Getty Images)

Otro futbolista del PSG siguió la exhibición de una tarde maravillosa de fútbol. Edinson Cavani elevó al infinito la enseñanza del "maestro" Tabárez del esfuerzo colectivo. Su mapa de calor habla claro sobre su influencia en todos los palmos del terreno de juego. No fue un delantero, fue un todocampista, capaz de echar una mano a los centrales y laterales en el apartado defensivo y de realizar una de las paredes más extrañas nunca vistas con Luis Suárez para marcar el primer gol, y apagar después las esperanzas lusas con un disparo de los que, a mí personalmente, me embelesan. El esfuerzo físico le pasó factura al final, teniendo que retirarse lesionado, pero su trabajo ya estaba hecho.

Portugal jugó el, quizás, mejor partido en cuanto a ataque de este Mundial, pero luchar contra una defensa uruguaya, más cuando van por delante en el marcador, es una empresa de altísima dificultad. Solo una excepción permitió que Pepe provocara que las mallas uruguayas vieran por primera vez como un balón las besaba. Ni Bernardo Silva -el mejor de los portugueses-, ni Quaresma, ni un Cristiano Ronaldo resignado pudieron con los Godín, Giménez, Laxalt, Cáceres o Torreira, mucho ojo a este último.

Cavani, imparable para Portugal. (foto: EFE)

Del espectáculo y la diversión que vivimos el sábado nos olvidamos el domingo. La desidia se adueñó desde las 16:00, cuando España cogió el balón y realizó 1114 pases entre los noventa minutos y la prórroga, la enorme mayoría de ellos sin ningún tipo de sentido y profundidad. Un sonrojante gol en propia meta de Ignashevich puso por delante a los de Hierro a los diez minutos del pitido inicial, y a partir de ahí se produjo una desconexión de la que no consiguió despertar del todo. Pasó a defenderse con la pelota y a conceder a una Rusia que ni mordía ni quería hacerlo. El enésimo fallo individual, esta vez de Piqué, provocó el empate ruso.

Rodrigo y Aspas intentaron aportar soluciones, pero sus ideas y movimientos no iban acompañados por muchos más jugadores que Isco, en un ecosistema plagado de inconsistencia y de falta de chispa. Los penaltis, el destino. Un De Gea sin confianza no consiguió parar dos penaltis que, estoy seguro, en un momento "normal" o mismamente vestido con la camiseta del Manchester United hubiera parado. Akinfeev sí lo hizo y Rusia celebró el pase a cuartos que tanto estaban ansiando y anticipando por la semana y que pocos preveían. El colofón a una planificación y un contexto llenos de errores en la selección española, pero eso es otro tema que tocaremos en otro momento.

El triunfo más grande de la historia de la selección rusa tiene la firma de Akinfeev. (foto: AFP)

La última cita del fin de semana, la cuarta de los octavos de final, empezó muy mal para los que tardan un poco en llegar al estadio. Dos jugadas en las que los nervios se palparon provocaron las dianas de Zanka y de Mandzukic. A partir de esta tormenta, la calma se hizo con el control del encuentro. Croacia ejecutó su plan de hacerse con la pelota y Dinamarca el de aguantar a buscar una recuperación y ser vertical hacia la portería rival. Poco a poco los daneses comenzaron a estirarse y a ser más protagonistas, pero sin provocar demasiados esfuerzos en Subasic. Quien sí los tuvo que asumir fue Kasper Schmeichel. En el minuto 117, Zanka evitó el gol de Rebic, que hubiera sido definitivo, provocando un penalti después de que el extremo regateara al meta. Modric tuvo en sus pies la opción de evitar los penaltis, pero el del Leicester apareció para negarle el gol a los croatas por séptima vez durante el partido, esta vez desde los once metros y para regocijo de su padre.

Subasic y Schmeichel, totales protagonistas. (foto: Reuters)

En la tanda de penaltis, la segunda del día y de este Mundial, asistimos a un clínic de colocación, reflejos, intuición e intimidación. Danijel Subasic y Kasper Schmeichel se batieron en un magnífico duelo de paradas, de estiradas imposibles, que se acabó llevando el croata por 3-2, para alivio de un Luka Modric que sí anotó su lanzamiento en la tanda. Croacia sigue su camino con opciones muy reales de poder alcanzar toda una final de un Mundial.

¿No queríais sorpresas? ¿No queríais momentos para el recuerdo? Toma dos tazas. Y esto no ha hecho más que empezar. 

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