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Messi, solo, tras el choque ante Croacia. (foto: Carlos Barria//Reuters) |
Todos los países tienen unos momentos que definen su historia, que cada habitante guarda en su retina, aunque no los haya experimentado en directo o incluso ni estuviera vivo cuando sucedieron, y que recuerda con felicidad o tristeza. Aunque para mucha gente pueda resultar algo trivial, el deporte es un creador nato de imágenes, de memorias.
En la de todo amante del fútbol está la fecha del 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca de Ciudad de México. Se batían la Argentina de Maradona y la Inglaterra de Lineker en los cuartos de final del Mundial de México. Una de las tardes más importantes de la historia del fútbol. Primero la mano de dios, luego el gol del siglo. El Pelusa puso en pie a propios y extraños.
A día de hoy sigue haciendo vibrar, e incluso llorar, a la gran mayoría de argentinos cuando vuelven a ver las imágenes o a escuchar la narración de Víctor Hugo Morales. Desde que arrancó en la línea divisoria de los dos campos arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, regatea a Terry Butcher ¡siempre Maradona!, luego a Terry Fenwick ¡genio, genio! y hasta que esquiva al guardameta Peter Shilton ¡ta-ta-ta-ta-ta-ta...!
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Maradona escribió una de las páginas más brillantes de la historia del deporte. (foto: Getty Images) |
Fue el preámbulo de la segunda y última Copa del Mundo que la albiceleste ha ganado. Con ese gol, han envejecido, crecido y nacido millones de argentinos. Para todos ellos ha sido y es más que un simple tanto. La representación de una Argentina al alza, creciente y poderosa, que en su época se produjo después de la Guerra de las Malvinas y la vuelta de la democracia. Una Argentina ganadora.
Pero se acabó. Eso ya pasó. Las memorias, memorias son. De nada vale volver a ese día, a ese momento, para solucionar la crisis que vive hoy la selección argentina. Es inútil referirse a esa maravillosa obra de arte para explicar la tristeza y la incerteza que atraviesa este grupo de futbolistas. Es impropio de una afición que está con su equipo recriminar cada mínima acción poniendo el foco en ese y más recuerdos del pasado. Es rastrero por parte de un pueblo con gran memoria a largo plazo pero inexistente a corto pedir la cabeza de un tal Leo Messi.
Lo que vimos contra Croacia ha sido la punta del iceberg. Una serie de malas decisiones -cambio a última hora de disposición táctica- y desgracias que se coronaron con ese desafortunado toque de Willy Caballero, que Rebic hizo gol con una gran maniobra, algo que no debemos desmerecer. El peso de las dos finales de Copa América y la del Mundial 2014 perdidas cayó irremediablemente sobre los once argentinos dispuestos por Sampaoli en el tapete del estadio de Nizhni Nóvgorod.
Sampa, viejo anhelo de la AFA y verdugo de la albiceleste en la Copa América 2015, ha cumplido su sueño de entrenar a Messi, pero se ha hecho
pesadilla. Su equipo en vez de potenciar al 10, es totalmente dependiente de que aparezca, de que haga una actuación para el recuerdo en cada partido. Los jugadores con los que lo rodea es una de las razones, junto a que no tiene un sistema definido porque no ha conseguido hacer suya a la selección en un año de trabajo. La experiencia -por decir algo positivo- de Caballero, Enzo Pérez, Mascherano y Biglia son más de su gusto que la calidad de los Armani, Banega, Lo Celso, Dybala...
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La etapa Sampaoli no está yendo como deseaba. (foto: AP) |
No se vieron en la previa del choque ante Croacia sonrisillas, miradas de concentración, tintineo de piernas, en los jugadores de Argentina. Nada de lo que se suele ver antes de un partido en el que quieres demostrar algo, más después de
pinchar en la primera fecha. Sí vimos seriedad, nerviosismo, manos en la cara mientras sonaba el himno. Todo en el mismísimo Messi. Agobio. Presión.
Messi no es Maradona, no. Messi no es ese tipo de líder que arenga con gritos a sus compañeros, no. Messi no apela a los huevos, no. Messi no es una persona que busque el protagonismo fuera del campo, no. Messi sí es ese chico que tuvo que salir de su país para asegurarse un futuro, el mismo que se negó a jugar con España y abrazó a su Argentina. El mismo que tras la decepción más grande de su vida, en un arrebato, dejó la selección. El mismo por el que tantos suspiraron, cambiaron de discurso, y hasta salieron a las calles para que volviera.
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La Pulga ha cumplido este domingo 31 años, en uno de sus momentos más tristes. (foto: EFE) |
Messi no es Maradona. 2018 no es 1986. Esta Argentina no es esa Argentina. El fútbol le ha dado una última oportunidad a la albiceleste. En las manos de Leo está no desaprovecharla. En las de Sampaoli darle un acompañamiento justo. En las de todos los argentinos bancar y alentar hasta el final a su equipo, y sobre todo al hombre que ha hecho posible, prácticamente en solitario, todo lo importante de la celeste y blanca en la última época, o por el contrario bajarse del barco en el peor momento, como los cobardes.
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