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Bartali fue más que un campeón. |
Una de las sorpresas del año ciclista se produjo en septiembre, cuando la organización del
Giro de Italia anunció que la edición número 101 de la
Corsa comenzaría lejos de Italia, muy, muy lejos. Los aficionados no nos extrañamos a que comience en los Países Bajos, Alemania o incluso Irlanda, su visita más exótica hasta la fecha. Sin duda, 2018 marca un antes y un después.
Jerusalén supone el punto de salida más lejano de la historia de una Gran Vuelta con respecto al punto de llegada, más de 3600 km desde la capital de Israel hasta la de Italia, Roma, y la primera que lo hace fuera del continente europeo. Las razones más factibles (y las verdaderas, para qué engañarnos) para que esto suceda podrían relacionarse con el dinero israelí y las pretensiones de su gobierno para aumentar el flujo turístico, junto con las de Sylvan Adams, propietario del Israel Cycling Academy Team, que habría sido el primer precursor de la iniciativa. A pesar de ello, a mí me gusta pensar que existe otra razón más allá, más justa y más humana que relaciona al país transalpino y al israelí.
Hoy el ciclismo italiano se representa fundamentalmente, después de una negra etapa a finales del pasado siglo y comienzos del presente, en la figura de Vincenzo Nibali. Aunque su clase va más allá de las victorias, el Tour que conquistó en 2014 supone su gran firma y el primero que lleva la bandera a rayas verde, blanca y roja tras el de Pantani en 1998, y el tercero en 49 años. Pero si hablamos de ciclismo italiano en su conjunto, las memorias nos llevan a la épica, a donde terminar una carrera era casi una gesta, a las etapas de más de 300 kilómetros, a donde los ciclistas eran más que eso.
Fausto Coppi y Gino Bartali mantuvieron dividida a Italia después de la Segunda Guerra Mundial. Coppi era más joven, representaba la nueva Italia, más moderna, descarada, agnóstica, y sobre la bicicleta derrochaba pura clase. Bartali ya era una estrella antes del conflicto bélico, de hecho ya había ganado dos Giros y un Tour. De esas victorias se adueñó el Duce Benito Mussolini, por lo que Gino se ganó la fama de "ciclista del régimen", cuando ese pensamiento no podía estar más lejos de la realidad. Bartali, criado en el seno de una familia humilde en Ponte a Ema, Florencia, mantuvo la religión como uno de sus pilares en su carrera y en su vida, pero siempre desechó la política, la cual "aborrecía". Fausto y Gino, Gino y Fausto. Una rivalidad que fue más allá de la carretera. En una época convulsa, los italianos buscaban representar a través de ellos las diferentes posiciones que poblaban el país.
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A día de hoy sigue existiendo la duda de quién dio el agua a quién. (foto: El Periódico) |
Muchos ataques, muchas victorias y muchas carreras después, Coppi y Bartali se hicieron amigos. La imagen entre ambos entregándose un bidón -nunca ha quedado claro quien se lo daba a quien- es, posiblemente, la más importante de la historia de este deporte. Los valores por encima de la competición. A partir de ahí, la amistad nunca se resquebrajó. Con Bartali retirado y Coppi cambiando de equipo, este pidió que el director deportivo no fuese otro que su amigo. Se les vio incluso en acontecimientos como programas televisivos, llegando a cantar juntos. Sin embargo, la malaria se cruzó en el camino de Coppi en un viaje a Burkina Faso y acabó llevándose su vida con 40 años, dejando atrás cinco Giros, dos Tours, un Mundial e historias para años y años.
A pesar de su amistad, Bartali nunca le contó a Coppi su gran secreto. Ni siquiera se lo desveló a su familia. Nadie sabía lo que Gino hizo durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial. En 2003, tes años después de su muerte, los hijos de Giorgio Nissim, italiano de ascendencia judía, líder de uno de los movimientos clandestinos de liberación de los judíos en el Holocausto, encontraron los documentos que desvelaban lo que nada ni nadie sospechaba, lo que nadie preveía.
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Tres Giros, dos Tours y una hazaña para el recuerdo. (foto: Getty Images) |
"En la vida estas cosas se hacen y ya está". Quién podía sospechar que un inocente entrenamiento de un ídolo, de una referencia, escondía algo más que la preparación para las próximas carreras. Durante los años 1943 y 1944, Bartali escondió en el cuadro de su bici y debajo de su sillín documentos y pasaportes falsos para salvar a más de 800 judíos, que se mantenían en los monasterios con ayuda de arzobispos locales, de los nazis. Los soldados, que vigilaban que todo se mantuviera bajo las pretensiones fascistas, solo lo detenían para saludarlo y pedirle algún que otro autógrafo, procurando no detener en demasía el entreno de Gino.
Nunca quiso homenajes ni reconocimientos sobre esto. Como él decía, hizo lo que tenía que hacer. No le importó morir considerado como un fascista, como el ciclista del régimen. El jueves, por medio de su nieta, recibió a título póstumo la ciudadanía honorífica de Israel. El dinero y las cuestiones políticas han llevado tres etapas del Giro al país israelí, y con él a figuras como
Froome (...), el defensor de título Dumoulin, Aru, Cháves, Pinot, "Superman" López y demás, pero nunca olvidemos que el Giro, Italia e Israel están unidos por algo más humano que eso.
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