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La curva romanista en uno de sus homenajes a Diba |
Esta tarde-noche la Roma afrontará la cita de más importancia de su historia reciente. El cuadro de Eusebio Di Francesco tendrá que volver a remontar en el Olímpico un resultado adverso, esta vez un 5-2, tras ser superado en la ida por el Liverpool. Si consigue repetir la hazaña que logró ante Shakhtar y, sobre todo,
Barça, se plantará en la final de la Champions League, como hiciera el 30 de mayo de 1984. Ese día las palabras Olímpico y Liverpool también se cruzaron en el camino de
la Loba.
Pocos aficionados de la Roma no saben quién es Agostino Di Bartolomei. A los más veteranos se les dibuja una sonrisa y les recorre un escalofrío al escuchar su nombre. Nuestra generación ha conocido a Francesco Totti, la próxima quizás disfrute a Alessandro Florenzi, la de nuestros padres vio a Di Bartolomei. El primer Il Capitano que marcó a los aficionados giallorossi. Comenzando desde el barrio de Tor Marancia, como un aficionado, un romano y romanista más, el elegante centrocampista italiano, luego reconvertido a líbero, se asentó desde que debutó con 18 años en el primer equipo, hasta coger la capitanía del equipo en 1979, convirtiéndose en el primer jugador nacido en Roma que asumía tal responsabilidad. Con y sin el brazalete vivió una de las épocas más recordadas por los aficionados romanos, en los doce años que estuvo en el club de su vida. Un Scudetto y tres Coppas lucen en su palmarés, junto a su liderazgo y los bellísimos desplazamientos y disparos lejanos, pero una mancha imborrable se mantiene más brillante que los éxitos.
La temporada 1983-1984 marca un antes y un después en la Roma y en la vida de Agostino. Rodeado de un gran equipo, los romanos consiguen el
Scudetti de la 82/83, el segundo y penúltimo, hasta la fecha, de la historia del club, 41 años después del primero y 18 antes del tercero. Ese triunfo le daba la oportunidad de disputar la Copa de Europa, que por aquel entonces solo disputaban los campeones de Liga del viejo continente, por primera vez en su historia. Los Tancredi, Pruzzo, Paulo Roberto Falcão, Toninho Cerezo, Conti o el propio Di Bartolomei, fueron deshaciéndose de todos los equipos con los que se cruzaban: Göteborg, CSKA Sofía, Dinamo Berlín y Dundee United, eliminando a los escoceses, con polémica y
sospechas de soborno al árbitro, tras remontar el 2-0 de la ida, con un gol de Di Bartolomei de penalti que sería la puntilla.
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Falcão, Ancelotti (sí, el entrenador), Tancredi, Vierchowod y Di Bartolomei observan el esférico. (foto: Forza27) |
De esta forma, la Roma llegaba a la final de Copa de Europa en su primera participación, y lo hacía de la mejor manera posible, ya que el escenario sería su estadio, el Olímpico. El lugar en el que meses atrás había sellado su segundo título doméstico estaba a tan solo un paso de ver como hacía historia. Pero para dar ese paso aún quedaba lo más difícil. Enfrente, uno de los grandes de Inglaterra, el Liverpool. Los reds de Souness, Dalglish o Rush (y también de Michael Robinson) se habían cargado a Odense, Athletic Club (solo 1-0 en el global), Benfica y Dinamo de Bucarest en su travesía al gran partido. Los campeones de Liga y Copa de la Liga inglesa y tres veces, en ese momento, campeones de Europa proponían el mayor desafío a una Roma inexperta pero llena de hambre.
El partido ya comenzó de una forma bizarra, con el saque de centro de la Roma que se convirtió en un disparo directo hacia la portería de Bruce Grobbelaar. A los trece minutos de juego, Phil Neal se aprovechó de una mala salida de Tancredi, que pudo haber recibido falta, y un peor despeje de Bonetti para adelantar al Liverpool en el marcador. Media hora tardó Pruzzo en volver a poner las tablas. El máximo goleador de la Loba en el torneo aprovechó un centro de Conti para cabecear al fondo de las mallas. Con este resultado de 1-1 se llegó a los penaltis, en la primera final de Copa de Europa que se resolvería a través de penas máximas. Y ahí llegó el momento clave.
El Liverpool comenzó fallando, Nicol levantó en exceso su lanzamiento. Di Bartolomei no falló para su Roma, sin carrerilla batió por el centro a Grobbelaar. Todo se ponía color de rosa para la Roma. O eso parecía. Neal, Souness, Rush y Kennedy no fallaron para los reds pero en la Roma solo Righetti volvió a marcar. Conti erró el segundo y Graziani cayó ante los contoneos, los bailes, las tácticas de despiste, las trampas, del portero sudafricano nacionalizado zimbabuense, y también marró su lanzamiento, llevando la Orejona camino de Anfield Road y cambiando el rumbo de la AS Roma para siempre.
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El momento que definió todo. (foto: Getty Images) |
Quién sabe qué hubiera pasado si la Roma hubiera levantado la Copa de Europa, si Grobbelaar no hubiera bailado sobre la línea y bajo el larguero de la portería del Olímpico de Roma. Quizás Di Bartolomei nunca se habría peleado con Falcão por no atreverse a lanzar uno de los penaltis por "estar cansado", él experto en la materia, o quizás nunca habría sido obligado a irse del club por desavenencias con su presidente, e irse al Milan, de la mano de su técnico y el hombre que le dio el brazalete, el sueco Nils Liedholm.
Allí nada fue lo mismo. El equipo milanista estaba en un período muy distinto al que le esperaba bajo el mandato de Sacchi. Cuando este llegó, Di Bartolomei se fue, dejando como momento más destacado el gol que le marcó a su Roma un año después de dejar el club forzado, y que celebró muy efusivamente, ganándose la hostilidad, temporal y nunca definitiva, de su Curva, la que le habían "arrebatado". Luego pasó por Cesena y Salernitana, con el que ascendió a Serie B, hasta retirarse en 1990. Ese mismo año fue comentarista para la RAI en el Mundial de 1990, competición que nunca jugó al no haber sido nunca llamado para vestir la Azzurra. Su camino no era ese, él lo sabía y lo dejaba claro con su actitud introvertida.
Tras esto, Di Bartolomei se sintió apartado. Intentó activarse de nuevo creando una escuela de fútbol en Salerno y realizando movimientos en Bolsa, pero los problemas burocráticos se llevaron todo por delante. Mientras, nadie le llamaba. Ningún equipo le propuso nada, aunque el no buscaba a cualquier squadra. La Roma nunca le llamó. Ante este panorama, la depresión se adueñó de su cabeza, con los recuerdos de la mala noche del 30 de mayo de 1984 como protagonista capital. Exactamente diez años después de esa decepción, llegó la tragedia. Agostino no supo salir del agujero en el que se había encerrado y se suicidó de un disparo en el corazón el 30 de mayo de 1994, olvidado por el mundo del fútbol que tanto había amado.
"Un jugador se mira por la valentía, el altruismo, la fantasía", es una de las frases que el cantautor italiano Francesco de Gregori le dedicó en una de las múltiples canciones, libros, películas, cánticos y demás en homenaje a su figura. Porque no, Di Bartolomei no ha sido olvidado. La Roma lo indujo en el Salón de la Fama y le puso su nombre a uno de los campos de su ciudad deportiva, Trigoria, su afición lo sigue teniendo más que presente y lo recuerda cada triste noche de 30 de mayo y en cada encuentro que disputa en el Olímpico, lugar donde tantas alegrías vivió y en la que una tristeza marcó su devenir.
La Roma juega ante alguien más que contra el Liverpool a partir de las 20:45. Inevitablemente, los Alisson, Nainggolan, De Rossi,
Dzeko o Florenzi disputarán un partido contra su propia historia. La empresa de la remontada es muy complicada, pero intentarán que desde arriba,
Diba los mire con orgullo por haber vuelto a dejarse todo por la
giallorossa.
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