A SU MANERA

(foto: EFE)

Marc Márquez se ha proclamado campeón del mundo de motociclismo por sexta vez, cuarta en la categoría máxima, la de MotoGP, en tan solo cinco temporadas. El de Cervera ya se está acostumbrando a hacer historia con su sonrisa de niño, pero que en la pista te fulmina cuando puede.

Su entorchado número cuatro no ha sido un camino de rosas. Un mal inicio de temporada le hizo quedarse en hasta dos ocasiones a 37 puntos de la Yamaha de Maverick Viñales, que poco a poco se fue alejando de la pelea por el Mundial, a la que se enganchó la Ducati del italiano Andrea Dovizioso, más hecho a una moto con la que en 2018 Lorenzo dará guerra. Pero a partir del GP de Italia, en el que fue sexto, su peor resultado en los doce Grandes Premios venideros fue un cero, el tercero de la temporada, culpa de una rotura de motor en Gran Bretaña, y solo se bajó esa vez y otra (un cuarto en Malasia, penúltima cita) del podio. Seis victorias y doce veces presente en el cajón. Solo Dovi le hizo frente mientras pudo.

La imagen de este GP de Valencia ha sido esa salvada en la curva 1 del Circuito de Cheste, ya en la vuelta 23 de carrera, que ha dado la vuelta al mundo. Esa acción es sin duda el emblema de su estilo de pilotaje. El 93 nos tiene acostumbrados a estos momentos en cada entrenamiento libre, clasificatorio o mismamente gran premio. No en vano, su agresiva forma de ver el motociclismo le ha llevado muchas veces a besar el suelo (27 esta temporada), pero pocas en momentos decisivos. Márquez no saca la calculadora, sino que da gas. Eso es algo que los aficionados aman. El espectáculo, a veces descerebrado, que ofrece alguien que siempre busca la victoria con un eterno inconformismo. Marc es amado y venerado por muchos, odiado y criticado por otros tantos. Como el 46. La mayoría de los que saben de esto coinciden en que nadie hacía sentir unos sentimientos tan fuertes sobre las dos ruedas desde Valentino Rossi (con el que tuvo sus más y sus menos allá por 2015), con sus pros y contras.

Marc tiene 24 años, es rápido, listo, está donde quiere y debe estar y, sobre todo, posee una ambición infatigable. Si nada ni nadie se le interpone en el camino, se hará paso entre los más grandes de las motos y entrará por todo lo alto en el olimpo del motor. Eso sí, que no quepa duda que aunque se le lleve la contraria y se le pida que vaya por otro camino, como un ídolo, siempre lo hará a su manera.

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